sábado, 30 de octubre de 2010

Apretar un gatillo

La cámara, como el automóvil, se vende como un arma depredadora, un arma automática como es posible, lista para saltar. El gusto popular espera una tecnología cómoda e invisible. Los fabricantes confían a la clientela que fotografiar no requiere pericia ni habilidad, que la máquina es omnisapiente y responde a la mas ligera presión de la voluntad. Es tan simple como encender el arranque o apretar el gatillo.
Como las armas y los automóviles, las cámaras son máquinas que cifran fantasías y crean adicción. Sin embargo, pese a las extravagancias de la lengua cotidiana y la publicidad, no son letales.
En el hipérbole que publicita los automóviles como armas hay al menos un asomo de verdad: salvo en tiempos de guerra, los automóviles matan más personas que las armas. La cámara / arma no mata, así que la ominosa metáfora parece un mero alarde, como la fantasía masculina de tener un fusil, cuchillo o herramienta entre las piernas. No obstante, algo de depredador hay en la acción de hacer una foto. Fotografiar personas es violarlas, pues se las ve como jamás se ven a sí mismas, se las conoce como nunca pueden conocerse, transforma a las personas en objetos que pueden ser poseídos simbólicamente.
Así como la cámara es una sublimación del arma, fotografiar a alquien es cometer un asesinato sublimado, un asesinato blando, digno de una época triste, atemorizada.

Sobre la fotografía - Susan Sontag